OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Pueblo del Señor, rebaño que él guía, bendice a tu Dios. Aleluya.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: QUE DOBLEN LAS CAMPANAS JUBILOSAS
Que doblen las campanas jubilosas,
y proclamen el triunfo del amor,
y llenen nuestras almas de aleluyas,
de gozo y esperanza en el Señor.
Los sellos de la muerte han sido rotos,
la vida para siempre es
libertad,
ni la muerte ni el mal son para el hombre
su destino, su última verdad.
Derrotados la muerte y el pecado,
es de Dios toda historia y su final;
esperad con confianza su venida:
no temáis, con
vosotros él está.
Volverán encrespadas tempestades
para hundir vuestra fe y vuestra verdad,
es más fuerte que el mal y que su embate
el poder del Señor, que os salvará.
Aleluyas
cantemos a Dios Padre,
aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría
que su amor derramó en el corazón. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.
Salmo 103 I - HIMNO AL DIOS CREADOR
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada
sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.
Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará
jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;
pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los
valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.
De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las
fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.
Ant 2. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.
Salmo 103 II
Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.
Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el
corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.
Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los
pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.
Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la
noche
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.
Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el
atardecer.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.
Ant 3. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.
Salmo 103 III
¡Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría!;
la tierra está llena de tus creaturas.
Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin
número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.
Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu
mano, y se sacian de bienes;
escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Gloria a Dios para
siempre,
goce el Señor con sus obras.
Cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.
Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le
sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.
V. Dichosos vuestros ojos porque ven.
R. Y vuestros oídos porque oyen.
PRIMERA LECTURA
Comienza la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1, 1—2, 12
ESTRECHA RELACIÓN DE PABLO CON LA IGLESIA DE TESALÓNICA
Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de Tesalónica, convocada en el nombre de Dios Padre y en el de Jesucristo, el Señor: gracia y paz a vosotros.
Continuamente damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos
presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la sinceridad de vuestra fe, vuestros trabajos, emprendidos a impulsos de vuestra caridad, y la constancia en el sufrimiento que os da vuestra esperanza en
Jesucristo nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que, cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino fuerza del Espíritu Santo y
convicción profunda. Sabéis cuál fue nuestra actuación cuando estuvimos entre vosotros para serviros. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra, entre tanta lucha, con
alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Desde vuestra comunidad, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en
todas partes; vuestra fe en Dios ha corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos van divulgando la favorable acogida que nos dispensasteis: cómo os convertisteis de los
ídolos a Dios para consagraros al Dios vivo y verdadero, y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, al cual resucitó de entre los muertos; él nos ha salvado de la ira venidera.
Bien
sabéis vosotros, hermanos, que nuestra ida a vosotros no fue estéril, sino que, después de haber padecido sufrimientos e injurias en Filipos, como sabéis, confiados en nuestro Dios, tuvimos la valentía de
predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas. Nuestra exhortación no procede del error, ni de la impureza ni con engaño, sino que así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el Evangelio,
así lo predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones.
Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, Dios es testigo, ni buscando
gloria humana, ni de vosotros ni de nadie. Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre que cuida con cariño de sus hijos. De esta manera, amándoos
a vosotros, queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habíais llegado a sernos muy queridos.
Pues recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Trabajando
día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el Evangelio de Dios. Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprochablemente nos comportamos con vosotros, los creyentes.
Como un padre a sus hijos, lo sabéis bien, a cada uno de vosotros os exhortábamos y alentábamos, conjurándoos a que vivieseis de una manera digna de Dios, que os ha llamado a su reino y gloria.
RESPONSORIO 1Ts 1, 9-10; 3, 12. 13
R. Os convertisteis a Dios para consagraros al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo que ha de venir de los cielos, al cual resucitó de entre los muertos; * él nos ha
salvado de la ira venidera.
V. Que el Señor os haga rebosar en amor, para que conservéis vuestros corazones en santidad cuando venga el Señor.
R. Él nos ha salvado de la ira venidera.
SEGUNDA LECTURA
Del Comentario de san Efrén, diácono, sobre el Diatéssaron
(Cap. 1, 18-19: SC 121, 52-53)
LA PALABRA DE DIOS FUENTE INAGOTABLE DE VIDA
¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy
diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en
su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos a que afocara su reflexión.
La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde
cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron —dice el Apóstol— el mismo manjar espiritual y bebieron la misma bebida
espiritual.
Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo
único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda,
dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de
vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la
fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.
Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu
debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una vez, ni desistas por pereza de lo
que puedes ir tomando poco a poco.
RESPONSORIO 1Pe 1, 25; Ba 4, 1
R. La palabra del Señor permanece eternamente. * Y ésta es la palabra: la Buena Noticia anunciada a vosotros.
V. Ella es el libro de los preceptos de Dios, la ley que subsiste eternamente: todos los que la guardan alcanzarán la vida.
R.
Y ésta es la palabra: la Buena Noticia anunciada a vosotros.
Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el
Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército
glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de
Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al
hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del
Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus
santos y elegidos.
La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre
jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo
esperamos de ti.
A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
OREMOS,
Oh Dios, has prometido permanecer con los rectos y sinceros de corazón; concédenos vivir de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.