OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Himno: LEVÁNTAME SEÑOR, QUE ESTOY CAÍDO
Levántame Señor, que estoy caído,
sin amor, sin temor, sin fe, sin miedo;
quiérome levantar, y estoyme quedo;
yo propio lo deseo, y yo lo impido.
Estoy, siendo uno solo, dividido:
a un tiempo
muerto y vivo, triste y ledo;
lo que puedo hacer, eso no puedo;
huyo del mal y estoy en él metido.
Tan obstinado estoy en mi porfía,
que el temor de perderme y de perderte
jamás de mi mal uso me
desvía.
Tu poder y bondad truequen mi suerte:
que en otros veo enmienda cada día,
y en mí nuevos deseos de ofenderte. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Salmo 102 I - HIMNO A LA MISERICORDIA DE DIOS
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus
enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.
El Señor hace justicia
y defiende a todos
los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Ant 2. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.
Salmo 102 II
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras
culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus
hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él sabe de qué estamos hechos,
se acuerda de que somos barro.
Los días del hombre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que
el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.
Ant 3. Bendecid al Señor, todas sus obras.
Salmo 102 III
Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.
El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía
gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.
Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que
cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.
Bendice, alma mía, al Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Bendecid al Señor, todas sus obras.
V. Convertíos y haced penitencia.
R. Haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías Is 58, 1-12
EL AYUNO QUE AGRADA A DIOS
Esto dice el Señor:
«Grita a voz en cuello, sin cejar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados.
Consultan mi oráculo a diario, muestran afán de
saber mis caminos, como si fueran un pueblo que practicara la justicia y no hubiesen abandonado los preceptos de Dios. Me piden sentencias justas, quieren tener cerca a su Dios y exclaman: "¿Para qué ayunar, si no haces caso?
¿Para qué mortificarnos si tú no te fijas?"
Mirad: es que el día de ayuno buscáis vuestro interés y explotáis a vuestros servidores; es que ayunáis entre riñas y pleitos,
dando puñetazos sin piedad. No es ese ayuno que ahora hacéis el que hará oír en el cielo vuestras voces.
¿Acaso es ése el ayuno que yo quiero para el día en que el hombre hace penitencia?
Doblar la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?
El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, desatar las coyundas de los
yugos, dejar libres a los oprimidos, romper todas las cadenas; partir tu pan con el que tiene hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo; cuando veas a alguien desnudo, cúbrelo, y no desprecies a tu semejante.
Entonces
brillará tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; tu justicia te abrirá camino y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y él te
responderá, gritarás y él te dirá: «Aquí estoy».
Cuando destierres de ti los yugos, el gesto amenazante y las malas intenciones; cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el
estómago del indigente, entonces brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.
El Señor te dará reposo permanente, en el desierto saciará tu hambre, dará vigor
a tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena no se agota; reconstruirás viejas ruinas, levantarás cimientos de antaño, te llamarán "Reparador de brechas", "Restaurador de casas en
ruinas"».
RESPONSORIO Is 58, 6. 7. 9; Mt 25, 31. 34. 35
R. El ayuno que yo quiero es éste —dice el Señor—: partir tu pan con el que tiene hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo. * Entonces
clamarás al Señor y él te responderá, gritarás y él te dirá: «Aquí estoy».
V. Cuando venga el Hijo del hombre dirá a los que están a su derecha: «Venid, pues tuve hambre y me disteis de comer».
R. Entonces clamarás al Señor y él te responderá, gritarás y él te dirá: «Aquí estoy».
SEGUNDA LECTURA
De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios
(Cap. 7, 4—8, 3; 8, 5—9, 1; 13, 1-4; 19, 2: Funk, 1, 71-73. 77-79. 87)
CONVERTÍOS
Fijémonos atentamente en la sangre de Cristo y démonos cuenta de cuán valiosa es a los ojos del Dios y Padre suyo, ya que, derramada por nuestra salvación, ofreció a todo el mundo la gracia de la
conversión.
Recorramos todas las etapas de la historia y veremos cómo en cualquier época el Señor ha concedido oportunidad de arrepentirse a todos los que han querido convertirse a él. Noé
predicó la penitencia, y los que le hicieron caso se salvaron. Jonás anunció la destrucción a los ninivitas, pero ellos, haciendo penitencia de sus pecados, aplacaron la ira de Dios con sus plegarias y alcanzaron la
salvación, a pesar de que no pertenecían al pueblo de Dios.
Los ministros de la gracia divina, inspirados por el Espíritu Santo, hablaron acerca de la conversión. El mismo Señor de todas las cosas
habló también de la conversión, avalando sus palabras con juramento: Por mi vida —dice el Señor—, no me complazco en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta, añadiendo además
aquellas palabras tan conocidas: Cesad de obrar mal, casa de Israel. Di a los hijos de mi pueblo: «Aunque vuestros pecados lleguen hasta el cielo, aunque sean como la grana y rojos como escarlata, si os convertís a mí de
todo corazón y decís: "Padre", os escucharé como a mí pueblo santo que sois.»
Queriendo, pues, que todos los que él ama se beneficien de la conversión, confirmó aquella sentencia con
su voluntad omnipotente.
Sometámonos, pues, a su espléndida y gloriosa voluntad, e, implorando humildemente su misericordia y benignidad, refugiémonos en su clemencia, abandonando las obras vanas, las riñas y
la envidia, cosas que llevan a la muerte. Seamos, pues, hermanos, humildes de espíritu; abandonemos toda soberbia y altanería, toda insensatez, y pongamos por obra lo que está escrito, pues dice el Espíritu Santo: No
se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza, quien se gloríe, que se gloríe en el Señor, buscándolo a él y obrando
el derecho y la justicia, recordando sobre todo las palabras del Señor Jesús, con las que enseña la equidad y la bondad.
En efecto, él dijo: Sed misericordiosos y alcanzaréis misericordia; perdonad y
seréis perdonados; como vosotros hagáis, así se os hará a vosotros; dad y se os dará; no juzguéis y no seréis juzgados; en la medida en que seáis benignos, experimentaréis la
benignidad; con la medida con que midáis se os medirá a vosotros.
Ajustemos nuestra conducta a estos mandatos y así, obedeciendo a sus palabras, comportémonos siempre con toda humildad. Dice, en efecto, la
palabra de Dios: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.
De este modo, imitando las obras de tantos otros, grandes e ilustres, corramos de nuevo hacia la meta que se nos ha
propuesto desde el principio y que es la paz; no perdamos de vista al que es Padre y Creador de todo el mundo, y tengamos puesta nuestra esperanza en la munificencia y exuberancia del don de la paz que nos ofrece.
RESPONSORIO Is 55, 7; Jl 2, 13; cf. Ez 33, 11
R. Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor y él tendrá piedad; * porque el Señor, nuestro Dios, es compasivo y
misericordioso y se arrepiente de las amenazas.
V. No se complace el Señor en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva.
R.
Porque el Señor, nuestro Dios, es compasivo y misericordioso y se arrepiente de las amenazas.
ORACIÓN.
OREMOS,
Al empezar esta Cuaresma, te pedimos, Señor, que nos des un verdadero espíritu de conversión: así la austeridad de la penitencia de estos días nos servirá de ayuda en nuestra lucha contra el
espíritu del mal. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.